RELOJ EL DE BENAVENTE
JUAN CARLOS DE LA MATA GUERRA


Tenía el célebre “Reloj” de Benavente gran renombre en toda Castilla. Durante siglos fue un elemento de la vida cotidiana de la entonces villa, y por sus toques se ordenaba en buena parte la vida de sus habitantes. La fama del célebre reloj ha quedado reflejada en el famoso dicho, refrán o copla popular:

 

Campanas las de Toledo,
Catedral la de León,
Reloj el de Benavente,
y Rollo el de Villalón.

 

La implantación de esta invención parece que data de finales del siglo XIII y de la primera mitad del XIV, siendo pioneras las grandes zonas urbanas de la Italia del Norte, Flandes, Inglaterra, etc. En la Península los primeros relojes parece ser fueron instalados en Cataluña, y el de Benavente fue, sin duda uno de los primeros relojes mecánicos de Castilla. Su fama debía estar en el gran sonido de la campana, que se extendía por varias aldeas y lugares próximos.

El referente de Benavente

El reloj se convirtió en el testigo y notario de la mudanza de  las horas y los días, pese a que el marco temporal primordial estuviese ligado aún a  los ritmos naturales, fundamentalmente dividido en tiempo de trabajo y tiempo de prácticas religiosas. Poco a poco fue haciéndose indispensable para la vida diaria, se convirtió en un referente que nos permitirá captar también como se va produciendo una evolución en las estructuras mentales de aquellos hombres, en transito desde  el ocaso del mundo medieval al  renacimiento y a la edad moderna. El tiempo del reloj es un tiempo urbano, más completo y laico que el del campo, que es clerical y medido por las campanas de la iglesia del lugar. Ahora  bien, y particularmente en el caso de Benavente no debemos de pensar en un cambio brusco, sino más bien en una coexistencia de ambos. No hay que olvidar que en este como en otros muchos aspectos la pionera o iniciadora fue la Iglesia, colocándose los primeros relojes mecánicos en las torres de renombradas iglesias y catedrales.

En aquellos siglos el reloj era una maravilla, un portento que contribuía al prestigio más que a la utilidad. Frente a la campana, tocada a mano con cuerdas, que no tiene problemas, el nuevo ingenio se estropea y está averiado con frecuencia. Los relojes demandaban una atención continuada, con continuos gastos de mantenimiento y reparación, lo cual se refleja en los libros de fábrica de los templos y catedrales, al igual que en los libros de gastos de los concejos de villas y ciudades.

 
 

San Juan del Relox

La instalación del reloj mecánico en la torre de la iglesia de San Juan de los Caballeros debió de producirse durante las primeras décadas del siglo XV, a falta de datos más precisos que nos indiquen la fecha de dicha instalación, y ocasionaría  la aparición del oficio de “reloxero”, responsable de “rrexir el relox”. Se hacen pues necesarios unos cuidados y una atención continua, surge así la figura del llamado: “relojero del concejo”, que se encarga de acompasar, componer y reparar continuamente el moderno artilugio, pues en ello está en juego buena parte del prestigio de la ciudad o villa, como en nuestro caso, y sobre todo del vivir acompasado de sus habitantes. Tan popular hizo este artilugio a la torre donde se encontraba, que el templo comenzó a ser conocido con el sobrenombre de San Juan del Reloj, cayendo en parte en desuso el nombre oficial y tradicional de San Juan de los Caballeros, aun que a veces se utilizaban a la par ambas denominaciones.

En las épocas a que nos referimos el uso de los relojes de sol era todavía lo común. La existencia en Benavente de un reloj mecánico hacía que el oficio de relojero fuese el cargo más singular y popular de la nómina de oficios concejiles. El relojero era un profesional, normalmente un herrero al servicio del concejo, cuya misión consistía en tener a cargo el “conçertar el relox desta villa y  aedereçarlo de todo reparo que haya menester”. El salario del relojero del concejo era variable y así, mientras en el año 1461 suponía  mil cuatrocientos treintaidós maravedís, en el año1470 se había visto reducido a mil maravedís. Conocemos el nombre de alguno de estos relojeros de los primeros tiempos, como es el caso de Juan Frenero encargado del reloj hacia 1461, o el de un tal Arman, seguramente de origen franco, quién tuvo el cargo en 1470.

Traslado a la Iglesia de Santa María

Se desconoce por el momento la falta de nuevas investigaciones, en que año fue trasladado el reloj desde la antigua iglesia de San Juan de los Caballeros a la torre de Santa María del Azogue, aunque se presume de que debió de ser en el transcurso del siglo XVI, quizá coincidiendo con la fase de reanudación de las obras en nuestro templo mayor bajo los auspicios de los Pimentel. Con la nueva ubicación del reloj quizá se pretendía dar mayor realce y fama al templo, ya que durante algún tiempo recibió Santa María del Azogue la categoría de Colegiata. Desde entonces si cabe este elemento cobra más importancia para la vida de Benavente, pues además de reinstalarse en el mismo corazón de la villa y en su templo principal, pasara a ser el rector de su vida cotidiana y anunciador de toda clase de acontecimientos. En las fiestas y celebraciones se convierte en elemento indispensable del regocijo popular de aquellas épocas, su torre y esfera se adornan con luminarias y se hacen tocar sus campanas a la suelta. Las visitas reales a la villa, el nacimiento de un vástago de la familia condal o real, la victoria en alguna batalla frente al enemigo, algún acontecimiento de júbilo general tiene en el reloj y en sus campanas un sonoro pregonero y festejante aliado.

Incendio del Reloj

En el siglo XVIII se ve seriamente afectado por un incendio el día 12 de Mayo de 1738. El incendio fue provocado por las luminarias que frecuentemente se ponían en la torre para mayor realce de fiestas y celebraciones. En las cuentas de propios se reflejan los gastos ocasionados por las reparaciones en la torre de Santa María, así como la compra de metal para la campana del reloj y la adquisición de nuevas campanas para incorporar al mismo en la localidad de Pedralbas, en la tierra de Astorga. Dicho incendio se produjo en el amanecer de día 12 de Mayo del citado año, según se indica en las cuentas “del reloj y chapitel que se abrasaron el amanecer del día doce del corriente”, así como en las “cuentas para pagar a los maestros y peones que se ocuparon en desmontar y limpiar la torre por causa del fuego”. De esta forma se consignan cantidades para diferentes partidas de gastos, como por ejemplo las satisfechas a: José Salgado por apagar el fuego, los gastos de la obra del tejado, el pago a la compañía de minas de cobre de Baldiorras, los gastos de la fundición de la campana del reloj y diversos pagos al maestro campanero. La campana de unas doscientas arrobas de peso (unos 2.200 kilos), al parecer, fue fundida por Alonso de Transmiera, en la tierra de Santander.

 
 

Incidencias y sustituciones del Reloj

En 1745, ya se encuentra ya el nuevo reloj en la torre, dotándolo de una maquinaria de más envergadura que la que hasta entonces tenía, pues el reloj benaventano, según se especifica en el contrato de obra “estará en condiciones de dar no sólo las horas y las medias, sino también los cuartos y tocar además la queda con cuarenta campanadas”. En 1755 el reloj fue testigo, no precisamente mudo, del famoso terremoto de Lisboa, el cual afectó a Benavente como a otras zonas del occidente peninsular de una forma particular. Sus agujas y carillón, a consecuencia del citado movimiento sísmico, según refieren los escritos de la época, produjeron cierto desbarajuste horario y sonoro: “ y en la Parrochial de Santa María donde se halla el reloj, éste con los continuos vaivenes y movimientos que del norte al mediodía hazía, se tocaba...”.

Mas los años no pasan en balde ni para los relojes, y los cuidados y reparaciones que necesita el portentoso invento son continuos. Nuevamente en 1792 se produce otra recomposición del célebre reloj. Ese año el ayuntamiento comisiona a Mateo del Pozo, vecino de Nava del Rey, para que haga tasación  y aprovechamiento del antiguo. Se escribe a un vecino de Castroverde de Campos llamado Andrés Pernía, quién tenía un reloj para torre que deseaba vender. Este reloj, al parecer, procedía de la Catedral de León, por lo cual los comisionados de Benavente se apresuraron a comprarlo, ya que había otro posible comprador, pues estaban interesados también en su adquisición los monjes de Sahagún. Se pagaron 18.000 reales, con la condición de tenerlo a prueba durante dos meses. Para su instalación  se recurrió al relojero palentino Juan José de Calafrés, quien comprobó la maquinaria y cobró por su trabajo dos ducados, más dos dietas. El nuevo reloj parece que satisfizo a los benaventanos y renovó la fama del artilugio en todo el contorno, haciendo honor a la famosa copla.

El reloj destruido por un rayo

A lo largo del siglo XIX nuestro reloj sigue llenando de música las horas de Benavente y sus sones penetrantes vuelan sobre su caserío y su amplia socampana. Hacia 1874 figura como encargado del reloj  el  Sr. Folguera, quien está encomendado de la reparación y buena marcha de su maquinaria. Más de nuevo poco dura la felicidad en la casa del pobre y como perseguido por el infortunio una nueva catástrofe acaba con el famoso artilugio, siendo destruido por un rayo el día 3 de Mayo de 1877. Se recogieron del suelo los restos convertidos en cenizas y rescoldos, se aprovecho el metal y con el se fundieron tres campanas, que fueron destinadas: una a la Iglesia de Santa María, otra a la Capilla de San José de Convalecientes y una tercera a la Capilla del Marqués de los Salados. En 1886 se instala un nuevo chapitel en la torre, con forma abombada, muy en consonancia con el gusto de la época, pero en absoluto con la traza románica de su fábrica. Nuevos artilugios mecánicos vienen a sustituir al desaparecido. Incluso a comienzos del siglo XX, según algunos testimonios, se hace una nueva caja para el reloj mediante la aportación metálica en especie y también monetaria de muchos benaventanos. Esta refundición tuvo lugar en una fragua situada en las inmediaciones de la Mota, pero el reloj, ya no será ni por asomo el mismo.

Reparaciones del Reloj

Sucesivas reparaciones del reloj se producen a lo largo del pasado siglo XX, hasta que  a comienzos de la década de 1970 es sustituido por un artilugio eléctrico. Incluso se instalará una elemental esfera en la fachada Oeste de la torre, buscando la consonancia y equiparación a la del lado Este, pero más tosca y de peor apariencia que su homóloga. Esta segunda esfera no durará mucho en funcionamiento y sus agujas permanecerán fijas durante algunos años con la perdida incluso de los números que servían para la referencia horaria. Durante más de una década este reloj de la época "desarrollista de los años 70" regirá las horas de la ciudad hasta que su progresivo deterioro lo dejó inutilizado y mudo. Posteriormente merced a la iniciativa de una entidad bancaria se instala un reloj en un edificio de las inmediaciones de la Plaza de Santa María, pero con poca fortuna pues su sones resultan incómodos a los vecinos del entorno. A consecuencia del desarrollismo de las últimas décadas de siglo los edificios ganan en altura, sitiando a la torre de la vieja iglesia. Las campanas parroquiales y los sones nocturnos del reloj se hacen incómodos para los vecinos y la disponibilidad de los habitantes de la ciudad para recurrir a los relojes particulares y de pulsera lo van haciendo menos necesario. El reloj se va olvidando, así como prescindiendo de la rutina acompasada de sus toques. Durante algunos años la ciudad carecerá de reloj público alguno, pues el reloj de aire decimonónico que remata el edifico de las Casas Consistoriales de la Plaza Mayor tras diversas reparaciones queda inutilizado definitivamente a comienzos de la década de 1990.

En la actualidad, y desde hace ya unos cuantos años, un nuevo reloj de apariencia clásica, y que no desentona en absoluto del entorno, preside la torre donde se halla instalado y mide el tiempo colectivo de los habitantes de la ciudad. La iniciativa del párroco de Santa María con el apoyo de sus feligreses  ha hecho posible el retorno de este artilugio a la torre de la iglesia mayor de Benavente, si bien es regulado desde la sacristía mediante un ordenador, con lo cual ya no es necesario ascender hasta la torre para acompasamiento y reparación. Recientemente se ha recuperado también el reloj del edificio consistorial de la Plaza Mayor mediante la programación de un sistema informático que simula los toques del carillón.

Desde luego, ya no es aquel reloj que tocaba en el pasado las cuarenta campanadas de la queda y se dejaba oír por los rincones de los Valles, entre otras cosas por su más modesta maquinaria y sobre todo porque la torre que lo aloja ya no domina el caserío como antes. La torre de Santa María, ya no descolla y está cada vez más como cercada en altura, rodeada por una masa de edificios que le impiden otear el paisaje y lanzar su sonería  por doquier.

 
 

El Reloj que fue orgullo y fama de Benavente

Benavente tuvo un reloj para sus horas, un reloj que desde lo alto de la torre de Santa María del Azogue lanzaba al vuelo sus sonoros y enfáticos avisos. El actual es hoy simple remedo de aquel mítico reloj, cuyos cordiales sones se oían en  toda la comarca. Si en tiempos pasados el reloj perteneció al Concejo, el actual es propiedad de la parroquia, que mantiene voluntariosamente de alguna forma un referente y una seña de identidad del pasado de Benavente: su célebre reloj.  Aunque ciertamente modesto, frente a aquél que en otro tiempo le dio gran fama, sigue presidiendo no sólo el principal monumento histórico de la ciudad, antes villa, sino el testigo del vivir acompasado de sus gentes.

El reloj es el medidor de instantes que llegan y se van, porque a sus enfáticos movimientos desgranan nuestras horas. Su esfera desde lo alto del campanario, como presidiendo nuestras vidas, nos alerta del fluir casi imperceptible de ese “río de la vida” que se nos escapa de entre las manos. Cabe imaginar cuanto tiempo sumiso se ha desvanecido en su límpida esfera y cuanto broncíneo sonido ha acompañado a tantas generaciones. Tal vez habría que recuperar de alguna forma más efectiva el legendario ingenio, aquel afamado icono de Benavente, que tanta fama le dio otrora. ¿Porqué desaprovechar la fama de este legado, que junto a la gloria de sus condes reportó tanto predicamento a Benavente? León, Toledo y Villalón, conservan su parte de la copla, es decir; sus renombradas obras de arte. ¿Por qué entonces junto a otras muchas cosas las ha perdido Benavente? ¿Acaso por aquí paso Atila y por los otros lugares no? Si no hemos sabido conservar nuestro patrimonio, al menos podríamos aportar algo digno o recuperar de alguna forma lo perdido. Seamos de alguna forma dignos de los benaventanos que nos precedieron y también de aquel centenario  reloj, que fue testigo de la sucesión de noches y mañanas, de grandezas y miserias, de cenizas y laureles.


Fotos:
1 (detalle) y 2 - Pablo Testera. Años 30
3, 4, 5 y 6 - Colección "Postales de Benavente" de Jaume Vázquez
7 - Rafael Acedo. Año 2009